Esto se da en el vivir de las loceras de Quinchamalí de quienes Sonia ha llegado a ser muy amiga. Con ese sentimiento ha profundizado en la forma de ser de un pueblo que permanece casi intacto a la avasalladora marcha de la pretendida modernidad, de historias y evolución trunca y muchas veces negada. La revaloración del arte campesino, poco apreciado por las masas, y que no obstante permanece como forma de vida, hacen que la pintora en su capacidad de expresión se transforme en una comunicadora y conecte dos mundos distintos a través de su pincel.
¿Qué tiene la tierra que deslumbra y entusiasma?
Lo divino, responde Sonia. Con su natural vínculo con un todo mayor, ella descubre un poder creador que la contiene, que sustenta su propia creación y la vuelve instrumento y al mismo tiempo, artífice. De la observación, pero con un comportamiento activo, es decir interactuando con lo que la rodea, Sonia Carrasco inició un diálogo muy íntimo, pero traducible al nivel de las ideas que quiere entregar, expresándolo en el arte.
No le es desconocido el dibujo, el boceto, el apunte al natural y mantiene en su retina los rasgos esenciales de lo que descubre con su mirada, despojada de prejuicio, de mundo y de soberbia.
Ceremonia de inauguración junto a los retratos de las loceras de Quinchamalí. |
Vasija de cerámica. |